Palabras de Javier Sicilia en Oventic, Chiapas



Oventic, Chiapas, 16 de septiembre de 2011.-
Quiero saludar este encuentro con unos versos que escribieron los zapatistas para celebrar el séptimo aniversario de su alzamiento: (…)/ Resistimos a la muerte que mata matando/ Resistimos a la muerte que mata olvidando/ Resistimos a la muerte/ Vivimos/ Aquí estamos/ Así está mandado por nuestros más primeros:/ Que el 7 se abra a nuestro latido/ Que eco se haga/ Y puente/ Y camino/ Y lugar/ Y casa/ Para que viva el corazón primero de esta patria/ Para que nunca más el silencio sea cómplice del crimen/ Para que la palabra no se pierda entre el ruido/ Para que la soledad sea derrotada y no haya fronteras para el esperanza/ Para que los pies de todos tengan el paso digno/ Para que nadie quede sin lugar para sembrar la memoria/ Para que todos puedan entrar y salir y las paredes no sean cárceles sino cobijo/ Para que este país llamado México nunca vuelva olvidar a quienes por ellos y con ellos es/ Para que quien antes estuvo fuera y perseguido dentro se esté y con todos y devuelva la memoria/ (…)/ El tiempo marca ya el tiempo de los más pequeños/ (…)”. Por la memoria de nuestros muertos que viven cuando resistimos al olvido, hagamos un minuto de silencio.

Hermanos y hermanas zapatistas, venimos desde hace 5 meses caminando, recorriendo el país, recogiendo dolores, consolando y consolándonos de tantos desprecios, de tantos agravios, gastando el alma y las suelas para encontrarlos y abrazarlos también a ustedes cuyos dolores y agravios son más antiguos que los nuestros.

Hace 17 años ustedes hicieron consciente a la nación de ese desprecio ancestral y al hacerlo, al mostrarlo con el símbolo de los sin rostro, no sólo nos hicieron sentir vergüenza de nuestro olvido, de nuestra deuda histórica con los más primeros de nuestros pobladores, sino que, con una dignidad ejemplar, llenaron de contenidos a una nación que, devorada por la esclavitud de lo económico y la administración institucional de la vida, había perdido de vista su dignidad y, como en otras épocas –en las épocas en que los barbados, los que vinieron del mar, los despojaron de su historia primera– los había dejado morir de enfermedad, de despojo, de hambre y de desprecio. Por desgracia, después de la vergüenza, del entusiasmo por devolverles su historia y aprender de ella, volvimos a olvidarlos. El gobierno traicionó los Acuerdos de San Andrés y nosotros, sin saber bien lo que habíamos mirado y nos habían revelado, volvimos a someternos al juego del Estado, a la corrupción de los gobiernos, a la simulación de una transición democrática que abriría el camino a los intereses globales y a la voracidad del mercado.

La consecuencia de ese olvido, de ese no haber entendido, desgarró aún más el tejido social de la nación, miserabilizó a todos, le cerró el presente a los jóvenes, fomentó el crimen y exaltó la corrupción. En esas condiciones, el gobierno, cuyo partido había enarbolado la bandera de la transición democrática, decidió, en nombre de los intereses globales de los norteamericanos y de su consumo de drogas, desatar una guerra contra el narcotráfico que nos ha costado más de 60 mil muertos, más de 10 mil desaparecidos y más de 120 mil desplazados criminalizados por un Estado que hasta recientes fechas no había querido asumir su responsabilidad. 

A los agravios ancestrales a los pueblos indios se han sumado ahora los agravios a toda la nación. El norte del país, hermanos y hermanas zapatistas, está balcanizado por el crimen y la corrupción de los gobiernos; el norte y parte del sur del país está destrozado por la muerte, los levantones, los secuestros, las desapariciones forzadas, los feminicidios, los cobros de piso del crimen organizado y por un ejército que, contra su vocación fundamental, ha sido sacado de sus cuarteles y ahora habita en nuestras calles. La herida abierta en la frontera norte del país, en Ciudad Juárez, se ha ido extendiendo por toda la nación como una gangrena que se está llevando a nuestros hijos e hijas y amenaza con devorarlo todo.

Desde hace 5 meses, sin embargo, queridos hermanos y hermanas zapatistas, después del brutal asesinato de mi hijo Juan Francisco y de sus amigos Julio, Luis y Gabo, nos pusimos a caminar, a mostrar que las “bajas colaterales”, las cifras con las que el gobierno quería enterrar en el olvido a nuestro muertos, tienen nombres, apellidos, familias, que muchos de ellos son inocentes y que todos, no importa que sean criminales –porque no se nace criminal– deben ser visibilizados, mostrados, recuperados en sus historias y en nuestra memoria, que debemos detener esta guerra y hacer una paz con justicia y dignidad donde, como ustedes no han dejado de repetir, se funde “un mundo donde quepan muchos mundos”, donde ningún hijo, hija, padre, madre, hermano o hermana de esta familia humana que habita México sea humillado, violado, asesinado.

Por eso decidimos, sobreponiéndonos a nuestro sufrimiento, caminar, abrazar, besar, dialogar, tocar el corazón y las conciencias de todos, hacer, sin perder la firmeza y la crítica, la paz. Porque creemos, como lo creía Gandhi, que no hay camino para la paz porque la paz es el camino, buscamos con nuestros gestos mostrarla, revelarla, hacerla presente en donde estamos.

Es tiempo, queridos hermanos y hermanas zapatistas, de hacer la paz, y la paz no puede hacerse sin todos y sin escuchar el latido del corazón de la patria, de ese corazón que late al norte, al sur, al este, al oeste, a la izquierda, a la derecha, abajo y arriba, en todas partes en donde un hombre y una mujer de buena voluntad han decidido refundar a la nación y, en el amor que sobrepasa al odio, crear un mundo en el que quepan muchos mundos. Por eso fuimos al norte, por esos nos sentamos a dialogar con todos y por eso venimos hasta aquí a saludar con toda humildad a los más primeros, a los que nos recordaron y nos recuerdan siempre que nada compensa la humillación de un ser humano.

Ciertamente, como alguna vez lo dijo Albert Camus, no podemos crear un mundo en donde ya no se asesine a los inocentes, pero juntos, con todos esas voluntades unidas, podemos hacer un mundo en donde su dolor y su muerte disminuya.

Además, no dejamos de seguir opinando y ahora exigiendo, que deben respetarse los Acuerdos de San Andrés.





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